PADRE  DIOS
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   Un misterio supremo en la Teología y primordial en la catequesis es el que se refiere a Dios, considerado como Padre de los hombres: del hombre Jesús en primer lugar; de los demás hombres, hermanos de Jesús, como visión complementaria.

   1. Dios es Padre

   El misterio de la paternidad divina nos reclama doble atención: al descubrimiento de que Jesús es el "Hijo de Dios", y por lo tanto que hemos de mirar a Dios como Padre suyo según tantas veces proclamó; y al reconocimiento de la paternidad divina en relación a todos los hombres y, por lo tanto, al descubrimiento asombroso de que todos somos hijos de Dios.

   1.1. De forma análoga

    Nos preguntamos si la palabra "padre" es equivalente, (unívoca, no equívoca ni análoga) en ambos casos. Y nos tenemos que inclinar por la analogía en el término, pero también en el concepto. Es "Padre" en diversa forma, pero lo es en plenitud.
   Hemos de entrar en esta idea sagrada y fundamental de la revelación cristiana. Sólo desde la perspectiva de que Dios es "Padre" de Jesús podemos entender el mensaje revelado de la Trinidad: del Dios Padre fuente de todo ser; del Dios Hijo del Padre, que nos integra en su filiación; y del Dios Espíritu Santo, que nos descubre el Hijo. El misterio de Dios comienza por el Padre, origen eterno en la naturaleza del Hijo y del Espíritu, pero origen también en el tiempo de los hombres y de las demás criaturas.
    Y sólo pensando que los hombres somos "también" hijos de Dios, podemos presentar a los catequizandos su categoría sublime de creados por Dios, elegidos por su amor, libres para amar y para pecar, redimidos y destinados a la salvación por la misericordia divina.

   1.2. De manera real

   La paternidad divina no es una metáfora, aunque es evidente que Dios no es padre en el sentido físico de la paternidad humana. Es una realidad misteriosa, centro y cumbre de la Revelación y médula del mensaje cristiano en su doble vertiente: la filiación de Jesús, enviado de "su" Padre, y la nuestra, pues somos asimilados a Jesús por la gracia y comprometidos como hijos de “nuestro" Padre del cielo.
   La Sagrada Escritura habla a menudo de la paternidad de Dios en sentido diverso, no sólo metafórico, sino adaptativo. El Dios trino y uno es Creador.
    Pero la Primera Persona de la Trinidad es Padre de las criaturas en virtud de su elección a la existencia: por la creación, conservación y providencia (orden natural) es padre de ellas; pero lo es por la elevación al estado de gracia y de filiación divina.
    Puede esto parecer juego de palabras, pero contiene un mensaje radical, aunque difícil de encerrar en términos humanos.

 


 

   1.3. Aparece en la Escritura

    De multitud de textos bíblicos se desprende esa paternidad. No son iguales los del Antiguo Testamento y los del Nuevo. En el Antiguo Testamento se habla de un tipo de paternidad: Dt. 32. 6; Jer. 31. 9; 2 Rey. 7. 14. Es la paternidad del Creador.
   Sin embargo en los textos del Nuevo Testamento se refleja otro modo de pater­nidad infinitamente superior: Mt. 5. 16;  Mt. 4. 48;  Mt. 6. 1-32;  Mt. 7. 11;  Jn. 1. 12;  1 Jn. 3. 1.; Rom. 8. 14; Gal. 4. 5. Muchas veces se recoge el misterio de la paternidad divina. En los Evangelios 129 veces aparece la expresión de Dios como "Padre de Jesús"; y 48 veces alude a Dios como padre de los demás hombres.
   En los demás escritos de los 23 libros restantes aparece Dios como Padre de Jesús 28 veces y como padre de los demás hombres 26.

   2. Jesús, Hijo de Dios
 
   La Segunda Persona divina de la Trinidad, eterno e infinito, se hace hombre. Es Dios por su origen eterno y por su naturaleza suprema. Es hombre por su encarnación en el tiempo y en el mundo. En Jesús hay dos naturalezas: la divina y la humana; pero en Jesús hay una Persona, es un sólo ser, el Dioshombre, que "procede del Padre por vía de generación".

   2.1. Engendrado, no creado

   Según la palabra revelada, hay también en Dios una paternidad eterna y una fecundidad infinita que queda reflejada en la palabra "Padre". En sentido verdadero y propio Dios es Padre de Jesús, pues engendra eternamente el Verbo que en El está encarnado.
   El engendrador es la primera Persona trinitaria; el engendrado es la segunda Persona de la Trinidad Santa. El origen del Espíritu Santo es otro: procede del Padre, pero también del Hijo. No se puede decir que es engendrado, sino más bien que procede.
   El Padre es la fuente fecunda misteriosa, infinita y suprema del Verbo y del Espíritu. No se pueda hablar de origen, de principio, de causa. Sería incorrecto.
    Se debe hablar de "procesión". Hay una procesión por vía de generación: es la del Hijo. "Yo he salido del Padre" (Jn 8. 42") "Salí del Padre y vine al mundo, ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre". (Jn. 16.28). Y hay una procesión diferente, que es por "espiración", y es la del Espíritu Santo. "El Espíritu de Verdad que procede del Padre" (Jn 15. 26). Por eso no se puede decir que el Espíritu Santo sea Hijo del Padre.

   2.2. Proclamado por Jesús

    Jesús proclama con frecuencia a Dios como Padre suyo en un sentido original, exclusivo. Cuando habla del Padre que está en los cielos, suele decir: "mi Padre"; y en ocasiones alude a Dios como Padre de los demás hombre. Dice: "Tu Padre o vuestro Padre". Nunca aparece el plural inclusivo: "Nuestro Padre".
    En el "padrenuestro" que enseña (Mt. 6. 9), el "nuestro" es el formulario propio de la una plegaria "que habéis de decir", no el descriptivo de una identi­dad común.
    Las veces que expresa en sus palabras la consustancialidad con el Padre son numerosas. Reflejan su filiación y el modo de entender la paternidad de Dios a su respecto: filiación y paternidad son modos expresivos de un misterio portentoso, pero asumible por la mente humana. "Nadie co­noce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo" (Mt. 11. 27); "Yo y el Padre somos una sola cosa" (Jn. 10. 30); "Pues así como el Padre tiene la vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener la vida en sí mismo." (Jn. 5. 26)
    En Juan se declara a Jesús "unigénito de Dios": "Hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre" (Jn. 1. 14); "El Dios unigénito, que está en el seno del Padre, ése nos le ha dado a conocer" (Jn. 1. 18); Jn 3. 16 y 18; 1 Jn. 4. 9.
    Y San Pablo presenta a Jesús como el propio Hijo de Dios: "El que no perdonó a su propio Hijo." (Rom. 8. 32 y 8. 3).
    Los enemigos de Jesús entendieron su mensaje profético y su referencia misteriosa a su carácter de Hijos de Dios como alusión a una paternidad divina propia y verdadera: "Por esto los judíos buscaban con más ahínco matarle, por­que llamaba a Dios su propio Padre,  haciéndose igual a Dios". (Jn. 5. 18)

 
  

 

 

   

 

  

 3. Paternidad misteriosa

   La paternidad divina respecto de Jesús se hace extensiva a los demás hombres. Se trata de otro tipo de paternidad, diferente, pero no opuesta a la que proclamamos en relación a Jesús. Y la conoce­mos por las mimas palabras de Jesús.
   En la cualidad de Hijo de Dios, en su filiación divina, es donde Jesús engarza la paternidad de Dios con relación a los demás hombres.
   Es una paternidad de asimilación, de participación en la verdadera y divina paternidad. Pero es real, elevadora y transformante.


   3.1. La raíz en Cristo

   La verdadera divinidad del Logos se infiere también de los atributos divinos que se le aplican, como el de ser Creador del mundo. Precisamente por ser El la Idea personal del Padre, se convierte en mode­lo de todo lo existente, que refleja su grandeza, sus cualidades y su misterio. "Todas las cosas fueron hechas por Él" (Jn. 1. 3)
   Nuestra filiación respecto a Dios es eco y reflejo de la suya y por eso no es posible separar la doble idea, aunque sea radicalmente diferente la paternidad. El Verbo es "el principio y al principio sólo el era él" (Jn. 1. 1). En ese principio se apoya y funda nuestra filiación divina.
   De todas formas, en la catequesis no interesan tanto las explicaciones teológicas de los misterios, sino sus dimensiones de vida cristiana. El hecho de ser hijos de Dios implica mucho para nosotros.
   La doctrina cristiana presenta el estado de gracia como el primer efecto de la filiación respecto a Dios. Lo enseña S. Pablo: "No habéis recibido el espíritu de siervo para caer en el temor, sino el de adopción por el cual clamamos Abba, Padre. El Espíritu Santo da testimonio de que somos hijos de Dios y, si somos hijos de Dios, somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo" (Rom. 8.15). La misma idea se repite en diversos lugares: Gal 5. Jn. 1.12, 1. Jn 3.1.
   Tal vez lo más sencillo y claro sea la palabra de Jesús cuando alude a "vuestro padre" (Mt. 5.16;  Mt. 6. 14 y 15; Mc. 11. 25;  Lc. 6. 36) para saber que somos hijos de dios y que hemos de vivir como tales.

   3.2. Logos, sinónimo de Hijo.

   La filiación de Jesús con respecto al Padre se recoge magníficamente en la expresión de San Juan: "Logos", "Verbo", "Palabra", "Idea". El Logos de San Juan no es una cualidad o virtud impersonal, no es una actividad interior, un pensar como operación de la mente. Es más bien una misteriosa reali­dad personal.
   El Verbo es la Persona Segunda de la Trinidad. Dios se conoce y se ama. El conocimiento no un acto accidental, sino una realidad personal que es el Verbo. Por eso decimos que Jesús es el Verbo, la Palabra personal de Dios.
   Y decimos de Jesús que es el Verbo hecho carne, es decir el hombre. Ese hombre engendrado en el seno de María por la acción del Espíritu Santo es un ser terreno y divino a la vez, por haberse encerrado en su mis­te­rio humano, realizado en vientre de mujer, el gran misterio divino de la generación eterna del Verbo.
   Al decir "se hizo carne", se refleja el hecho de que la Segunda Persona, se personifica en un ser humano nacido en el tiempo de una mujer elegida. Ese ser, perfecto como hombre, es también Dios. Pero el Verbo que en él reside es la Idea personal de Dios.

4. Cristo imagen de Dios

   S. Pablo prefiere resaltar otros aspectos del Señor Jesús. Refleja con frecuencia a Cristo como imagen viva de Dios. En Hebr. 1.3 designa al Hijo de Dios como "el esplendor de la gloria de Dios e imagen de su sustancia". Repite ideas similares en 2 Cor. 4. 4; Col 1. 15, etc.
   Lla­mar a Cristo "esplendor de la gloria de Dios" equivale a afirmar que es la imagen viva de la esencia divina, o a proclamar la consustancialidad de Cristo con Dios Padre, "Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero d Dios verdadero".
   La expresión "imagen de la sustancia de Dios" no alude a la metáfora de un espejo, sino a la equivalencia de una realidad.
   Indica la subsistencia personal de Cristo junto al Padre. Prueba bien clara de que el texto no se refiere a una ima­gen crea­da de Dios Padre, sino verdaderamente divina, son los atributos divinos que se le aplican al Hijo de Dios, tales como la creación y conservación del mundo, la liberación del pecado y el estar sentado a la diestra de Dios, por encima de los ángeles mismos del cielo. (Hebr 1. 4 a 6).

 

  5. Catequesis de la Paternidad

   No cabe duda de que es la paternidad divina es una verdad básica en la catequesis. Con ella entendemos la realidad de Jesús, que es el Hijo de Dios que se encarna y habita entre nosotros; pero también con ella se fundamenta nuestra dignidad sobrenatural. Como seres crea­dos, redimidos, elevados a la categoría de hijos de Dios, todo tiene un nuevo sentido.
  - Los niños pequeños deben descubrir la mirada de un Padre amoroso en el cielo, más amoroso que el padre de la tierra. En la limitación de su inteligencia y en la predominancia de su sensorialidad se ha de apoyar su afectividad hacia Dios. Pueden intuir la figura invisible de una Padre bondadoso que ama y protege, que cuida y hace todo lo posible por proteger del mal.
   La infancia elemental está capacitada para ver a Dios como grande y fuerte, pero sobre todo como padre del cielo protector y afectuoso.
  - El niño mediano, de los 7 a los 12 años, puede entender con cierta facilidad cómo Dios es mucho más que un protector. Al salir de su egocentrismo anterior, puede ya asociar la imagen divina del Padre con la grandeza del Creador.
   A esta edad conviene que se vaya iniciando en textos bíblicos decisi­vos, sobre todo en referencia a Jesús, que es el camino del Padre. Lo que dice Jesús de su Padre Dios es decisivo en esta cate­quesis. Textos como los del padrenuestro (Mt. 6. 9-13; Lc. 11. 2-4) o alusiones a las dificultades de los adversarios para enten­der su origen divino (Jn. 10. 22-33) pueden ser explicados de forma narrativa y ser asociados con cierta coherencia al mensaje del Señor.
   - Al llegar a la adolescencia y, sobre todo, en la juventud, la figura teológica del Padre Dios, de Jesús y de todos los hombres, es decisiva para entender el mensaje evangélico en profundidad.
   Además de la dimensión bíblica, hay que profundizar las consecuencias prácticas de una filiación que compromete hasta lo más profundo de la entraña cristiana.
   Con todo es bueno recordar que, en este tema, no se puede hacer una cate­quesis buena sin continua referencia a la Palabra divina y de que es preciso aspirar a cierta sistematización de las enseñanzas sobre la paternidad divina. Si ha existido una buena catequesis anterior, la tarea se presenta asequible y casi natural

 

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